jueves, 18 de octubre de 2007

Epistemología de las pérdidas


Hace casi veinte años, una niña telefoneó al locutor de Radio Infantil y compartió la siguiente adivinanza: ¿Por qué cuando perdemos algo, el último lugar donde lo buscamos es donde lo encontramos? Respuesta: porque cuando lo encontramos, dejamos de buscarlo. Anécdota verídica que sirve para ejemplificar el tipo de fenómenos del que debería dar cuenta una epistemología de las pérdidas.

Y a propósito de mermas, “nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido” bien pudiera interpretarse como una brevísima teoría acerca de cómo saber que algo se tiene. La condición necesaria para saber que se tiene el bien que se tiene es verlo perdido. Dicho de otro modo, para perder algo es un requisito haberlo tenido. Simple. Pero no podemos saber que tenemos algo hasta que lo perdemos. Además de paradójico, doloroso.

Luego nos enfrentamos a la dificultad de hacer una taxonomía de lo perdido, pues está lo que se pierde a propósito (e.g., peso) y lo que se busca retener a toda costa pero se pierde de todas maneras (e.g., el cabello). Ni se diga de perderse a sí mismo, que depende mucho del contexto y a veces es bueno y a veces no lo es tanto. Están los que supuestamente pierden la razón, incluso cuando podemos asegurar que nunca la tuvieron. También hay casos especiales que tienden a ser malinterpretados, como "perder el oído". Se pierde la capacidad auditiva, pero el oído, si lo entendemos como estructura anatómica, no es lo que se pierde.

Por si esto fuera poco, una epistemología de las pérdidas debería poder desbaratar aseveraciones harto ambiguas, como "nuestra sociedad actual se caracteriza por una pérdida brutal de valores", que apelan a "la pérdida" como causa universal de todas nuestras desdichas. Es un trabajo duro el de los epistemólogos.

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