viernes, 18 de mayo de 2007

Miedo a generalizar



“Si hay un trabajo que puede hacerse desde una butaca, es la filosofía”, dijo Timothy Williamson, un reconocido filósofo británico, para luego escudriñar a fondo el método tradicional de la filosofía, que utiliza sólo el pensamiento, sin observación y sin experimento. O, si queremos reconocer el carácter social de la empresa filosófica: el pensamiento que se realiza sin observación y sin experimento, desde varias butacas. Las herramientas con las que se ha practicado este método, y las escuelas filosóficas que las han utilizado son muchas y variadas, pero todas parecen coincidir en que producen generalizaciones. De esas que se vuelven paradigmáticas y referencia obligada para las generaciones siguientes.

Pero lo que yo rescato como lección de más de cuatro años de estudiar filosofía no tiene mucho que ver con el óptimo aprovechamiento del pensamiento confinado a la butaca, y lo poco que he producido dista mucho de poder reunirse siquiera en un buen par de generalizaciones. Al contrario. Durante mis estudios de posgrado en filosofía he adquirido dos cosas fundamentales: el alcoholismo (aceptémoslo, a los filósofos nos atrae más el banquito del bar que la butaca) y el miedo a generalizar.

Es cierto. Padezco el síndrome de la página en blanco y éste se debe usualmente a mi temor a hacer una aseveración que sólo es válida en situaciones específicas y altamente contextualizadas. Permítanme refrasear esto. Mi síndrome de la página en blanco se debe usualmente a mi temor a aseverar. Punto. Pues me han enseñado que cualquier cosa que diga será cierta sólo en circunstancias extremadamente especiales. (Lo sé, acabo de generalizar.) Entonces, ¿en qué consiste hacer filosofía? Y más aún, ¿cómo se supone que debe uno escribir una tesis doctoral, por no decir hacer una contribución al campo?

Arriesgándome bastante, voy a decir dos cosas. Primero: el quehacer del filósofo contemporáneo se ha convertido en la labor de desinflar generalizaciones, más que de formularlas. Segundo: para escribir una tesis doctoral en filosofía hay que dominar el miedo a generalizar y al mismo tiempo no sucumbir a los deseos de hacerlo (tarea propia de un neurótico). Veamos.

Si conforme al método tradicional había básicamente dos opciones, arribar a una generalización o refutarla, hoy nos dedicamos más bien a desinflarla y contextualizarla. No porque no haya mucho más que decir después de “cogito ergo sum” (Descartes) o “ningún conocimiento humano puede ir más allá de la experiencia” (Locke), sino porque -reconozcámoslo- ya no nos satisface el modelo del intelectual que filosofa sentado, tomando café en El Parnaso.

Por ejemplo, en mi campo de especialidad (la filosofía de la ciencia) una pregunta clásica es qué es una explicación científica. Se respondió por primera vez en 1948, desde la butaca, con una tesis abarcadora: una explicación es un argumento deductivo que se fundamenta en leyes universales. Diez años después proliferaban los contraejemplos a esta tesis, y para los años ochenta ya se habían propuesto al menos dos respuestas diferentes a la pregunta de qué es explicar científicamente que, además, no eran mutuamente excluyentes. Al parecer, la respuesta no era asunto de generalidad.

Las voces disidentes siguieron propagándose: “la [prolífera] situación actual es una vergüenza para la filosofía de la ciencia”, se queja William Newton-Smith (el editor de un libro de texto introductorio a la filosofía de la ciencia) al presentar el tema de la explicación. Pero como dice Joseph Rouse, el verdadero escándalo de la filosofía de la ciencia no es carecer de un modelo general de explicación, sino seguir buscándolo.

Este comentario refleja el temperamento del filósofo de la ciencia contemporáneo. Su objeto de estudio se concibe de manera distinta si se le aproxima desde una visión de la ciencia dominada por la teoría o desde una postura comprometida con los aspectos experimentales de la ciencia. Además, varía según las diferentes disciplinas y contextos históricos. El filósofo contemporáneo se toma en serio el carácter multidisciplinario de su empresa. Dime desde qué perspectiva quieres explicar y te diré cómo hacerlo.

Así, podemos distinguir un tipo de explicación que se basa en leyes fundamentales y opera en algunas áreas de la física, del tipo de explicación que se usa en biología, donde las leyes carecen de relevancia. Incluso dentro de una misma disciplina científica resulta difícil responder con una generalización la pregunta de qué es explicar. Acaso la única generalización factible es justamente que carecemos de un consenso. Los diferentes modos de explicar coexisten, como lo muestran diversos estudios de caso, y se caracterizan dependiendo del contexto en el que se utilicen. Por ejemplo, los biólogos evolucionistas explican apelando al mecanismo de la selección natural, mientras que los biólogos del desarrollo enfatizan el poder explicativo de la organización y los procesos dinámicos.

Al menos en la filosofía de la ciencia, son pocos los filósofos que hoy se sientan cómodamente en asientos acolchados a tomar café, formular generalizaciones y diseñar escenarios imaginarios donde ponerlas a prueba. Los escenarios ya existen, son diversos y ricos en contenido, y la labor del filósofo es levantarse del asiento y adentrarse en ellos, superando las fronteras disciplinarias. Embriagarse con whisky -ya sea para lanzar aventuradas conjeturas o para reunir el valor de ponerse de pie- muchas veces forma parte del modus operandi.