jueves, 24 de abril de 2008

Contra el aborto: biofilosofía ficción y nuevo preformacionismo


*Publicado en La Jornada (Ciencias: jueves 5 de junio de 2008), foro despenalización del aborto

El 11 de abril dieron inicio las audiencias públicas en torno a la constitucionalidad de la ley que despenaliza el aborto en el Distrito Federal. Los ministros de la Suprema Corte escucharon a quienes interpusieron recursos de inconstitucionalidad (la CNDH y la PGR) y a quienes apoyan estos planteamientos. Los principales argumentos giraron en torno a la idea de que el producto de la concepción (el cigoto) es un individuo humano que goza del derecho a la vida que protege la Constitución. Ese día se presentaron posturas científicamente ingenuas y una postura más elaborada que examino aquí.

Rodrigo Guerra es uno de los ideólogos detrás de la propuesta cientificista que apoya la inconstitucionalidad de la ley que despenaliza el aborto. Su tesis central dice lo siguiente: desde el momento de la fertilización, el cigoto es un individuo (primero unicelular, luego pluricelular) que contiene una dotación completa de genes humanos, el programa genético que al ejecutarse en el curso del desarrollo, lo dota de “autonomía sistémica y ontogenética” y lo hace un individuo de la especie humana. Según Guerra, la existencia de continuidad genética en la transformación de esa primera célula en un organismo pluricelular es evidencia científica de que existe en el cigoto un individuo biológico, y esta noción de individuo es (o debiera ser) equivalente a la que se usa jurídicamente. Partiendo de una supuesta filosofía de la ciencia (él se autodenomina “biofilósofo”, pero sería más acertado llamarlo bioteólogo), lo que Guerra está haciendo es usar conceptos científicos vigentes en los cuales está más o menos informado para darle vida a una idea vieja, persistente y equivocada: el preformacionismo biológico.

En términos generales, el preformacionismo sostiene que la forma de un organismo se encuentra contenida en la célula a partir de la cual se origina, y desde el siglo XVII ha gozado de popularidad entre teólogos y creacionistas. Esta idea se encuentra claramente reproducida en el discurso de José Luis Soberanes (actual presidente de la CNDH), para quien el embrión contiene “el núcleo esencial de la vida humana, esto es, el conjunto de células sin las cuales no puede existir un ser humano”, y en Jorge Adame (miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM), quien sostiene que “el cigoto tiene la capacidad de autoconstruirse, de ejecutar el programa de su ADN” y, más aún, que puede hacerlo fuera de la madre ya que ésta constituye tan solo “el medio ambiente en el cual se desarrolla un cigoto” (o sea, que las mujeres no somos más que incubadoras). Guerra respalda esta postura cuando argumenta que la noción biológica de individuo es isomórfica a la noción moral de individuo y que, por ello, la eliminación de un embrión mediante el aborto es equivalente al asesinato de un ser humano. Su estrategia argumentativa es científicamente menos ingenua que la de Soberanes y Adame, pero no por ello es menos artificiosa.

A diferencia de Soberanes y Adame, Guerra sabe que los genes de un cigoto humano están comprometidos “de manera no determinista” a producir una forma y función específicas; ha leído sobre la “reprogramación epigenética” (que hace referencia a los procesos celulares que modifican la expresión del ADN), incluso sabe que la expresión de los genes requiere de complejos mecanismos de regulación. Especulando a su favor, quizás también haya oído acerca de la herencia materna o citoplásmica, evidencia de que no todos los genes de un organismo están contenidos en su ADN nuclear. Para él, la visión de que los genes por sí mismos dan lugar a un ser humano cae en el rubro de la “biología superada”. Hasta aquí, ha podido librar más obstáculos que los otros partidarios de la penalización del aborto. Pero de ahí a la conclusión jurídica que el cigoto es uno y el mismo que el ser humano en el que se desarrolla hay mucha retórica y mala biología.

Para defender una amplia gama de preformacionismos, en la historia de la ciencia se han invocado diversas entelequias. En los siglos XVII al XIX se trataban de diminutos hombrecillos contenidos en el óvulo o el espermatozoide, dependiendo de la corriente de pensamiento. En el siglo XX estos homúnculos fueron sustituidos por el ADN y se puso en marcha el determinismo genético, la creencia (equivocada) de que los genes determinan todas las características de los organismos. Hoy Guerra nos dice que el valor moral de las personas está contenido en el cigoto desde el momento de la fertilización. Que la totalidad de la forma humana, incluyendo el estatus moral de las personas, su dignidad y su capacidad de tener derechos constitucionales, se hallan en el conjunto de células que se van diferenciando en el curso del desarrollo del embrión. ¡Felicidades, señor Guerra, acaba usted de postular una nueva versión del preformacionismo!

La Constitución dice que todo individuo gozará de los derechos que ahí se le confieren. Guerra pretende convencer a la Suprema Corte que la noción de individuo a la que alude la Constitución es la que él ha construido mediante su embrollo preformacionista. ¡A otro perro con ese hueso!