martes, 23 de septiembre de 2008

Viaje en globo aerostático


Hoy cumplo treinta y tres años y parece que alcanzo una edad especial.
No porque sea la edad de Jesucristo:

Lo mismo da
Que sea la vía lactea
O una procesión que asciende en pos de la verdad
Hoy [y siempre] me es igual
Sino la edad a la que nació Altazor, producto del único creacionismo entrañable.
Él nació a los treinta y tres años, el día de la muerte de
Cristo; nació en el Equinoccio, bajo las hortensias y los
aeroplanos del calor.
Yo nací a medio día en un hospital de monjas, con el pulgar derecho en la boca.
Él tenía un profundo mirar de pichón, de túnel y de
automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
Yo, en cambio, tenía los ojos hinchados de aprender a llorar. A respirar y a llorar se parende rápido y nunca se olvida.
Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables
que la noche.
El mío tenía el cabello engominado y las ideas fijas.
Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigi-
bles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y
ojos llenos de navíos lejanos.
La mía tenía ojos verdes que le abarcaban la mitad de la cara y se movían a la velocidad de la luz.

Una tarde Altazor cogió su paracaídas y dijo:
«Entre una estrella y dos golondrinas.»
He aquí la muerte que se acerca
como la tierra al globo que cae.
Hace poco mis amigos me llevaron a volar en globo aerostático.
Conocimos la base superior de las barrancas y flotamos sobre las copas de los árboles conforme a la ley de las nubes comunicantes.
Vimos cómo se hacen los molinos de viento, los molinos de descubrimiento y los molinos de renovamiento.
Nos alejamos veloces de los molinos de envejecimiento, descorazonamiento, remordimiento y decaimiento.
Los molinos de ensoñamiento y ensortijamiento, que están uno junto al otro, trato de visitarlos cada mañana.