miércoles, 19 de marzo de 2008

De paisajes y pasajes


Hoy caminé las calles de Berlín bajo la nieve. No iba sola, sino con un nativo -alguien que pudo explicarme las placas coloridas que sobresalían como banderas de los postes de luz. De un lado, un camino enmarcado en un paisaje (foto); del otro, la ley promulgada el 10 de julio de 1935 donde se prohibía a los jóvenes judíos hacer caminatas en grupos que superaran las 20 personas. De un lado, el fragmento de una pared; del otro, la norma que les exigía a los judíos recoger los escombros -limpiar la ciudad- de las sinagogas derrumbadas por los nazis. De un lado, un termómetro; del otro, la ley que prohibía a los médicos judíos practicar su profesión.

Estos letreros (80 distintos) forman parte del paisaje actual del barrio de Shöneberg. Si antes estas leyes servían para vigilar y castigar, ahora se recuerdan con el propósito de conocer y criticar. Le pregunté a mi amigo si se sentía como un rehén del pasado histórico de su país. Su breve respuesta me recordó este pasaje, del que se puede aprender mucho sobre los riesgos de la generalidad:

"The conviction that everything that happens on earth must be comprehensible to man can lead to interpreting history by commonplaces. Comprehension does not mean denying the outrageous, deducing the unprecedented from precedents, or explaining phenomena by such analogies and generalities that the impact of reality and the shock of experience are no longer felt. It means, rather, examining and bearing consciously the burden which our century has placed on us -neither denying its existence nor submitting meekly to its weight. Comprehension, in short, means the unpremeditated, attentive facing up to, and resisting of, reality- whatever it may be."
Hanna Arendt (1951). The Origins of Totalitarianism.

martes, 11 de marzo de 2008

Filosofía y negocios, ay


(Escribo desde una máquina cuyo teclado está organizado y configurado para escribir en alemán, así que disculpen las faltas "tipográficas".)
Hoy recibí un e-mail de Isaac, mi companiero de cubículo en el IIF. Resulta que buena parte de la comunidad de estudiantes de filosofía en la FFyL de la UNAM está indignada, con justa razón, por la comunicación publicada en Milenio con el título sarcástico Quién quiere estudiar filosofía en la UNAM? Carlos Mota es "columnista nacional de negocios, conduce diariamente Imagen Empresarial, publica su columna en Milenio" y, según se aprecia en la susodicha columna, cree que las perspectivas profesionales que ofrece la FFyL se reducen a la de guerrillero; que nuestro título profesional nos acredita como desconstructores del mundo (y no en el sentido deleuzeano).

Estoy del otro lado del Atlántico, pero hasta acá llegaron las noticias recientes impregnadas de descalificación. Hasta acá se notó la estrategia mediática de virar los ojos del nuevo Pemex-gate (otra vez?) y ponerlos, cuadrados, sesgados en "Lucía de filosofía" y su relación con nuestra institución. Hay mucho que discutir sobre esto. Pero lo que quiero reproducir aquí es el mail que le envié a Carlos Mota respecto de la comparación que hace entre la filosofía y los negocios. Reconozco que escribo desde un lugar, hasta donde sé, poco común -desde quien ha puesto los pies en ambos lugares. Lo pongo, pues, a su consideración.

Leí tu columna en Milenio. Esa donde tachas a la filosofía (no la disciplina, te leí bien, pero al menos la licenciatura que se estudia en la UNAM) de económicamente improductiva, de conceder licencias para romper el mundo en lugar de construirlo. Esa donde te alarma nuestra falta de interés por emplearnos en las McKinseys del mundo (corporaciones que, dicho sea de paso, llevan el adoctrinamiento a su máxima expresión).

Con una licenciatura en biología y una maestría en filosofía (ambas por la UNAM), he incursionado en el mundo de los negocios -tanto en la práctica como en la teoría- y me ha parecido un mundo sumamente interesante. Pero conocerlo no me ha hecho menos crítica de él ni más "constructiva". Tampoco ha hecho mi trabajo socialmente más relevante. No.
Lo que sí ha hecho es ampliar el rango de aplicación de mis habilidades y conocer una manifestación más de la cultura. Te equivocas, pues, al sugerir que alguien que no entiende el lenguaje de Bimbo -no porque no tenga la capacidad de hacerlo, sino por que elija no hacerlo- es incapaz de encontrar un lugar en el mundo. El paisaje que dibujas es simplemente maniqueista. Ante la disyuntiva: administrar para prosperar o conocer para transformar, yo escojo ambas.

domingo, 2 de marzo de 2008

Generalice con precaución


Hoy me topé con un video informativo (no mucho) en YouTube. Dice que "la ansiedad es una respuesta exagerada a una situación en peligro. Cuando se generaliza, conduce al miedo, las fobias, el pánico y la obsesión". Es decir, define el miedo como ansiedad generalizada. Además de que sugiere lo último que me faltaba, que el miedo mismo tiene una suerte de generalidad, me contrarió un poco. ¿Es mi miedo a generalizar producto de una respuesta exagerada a mi situación -digámosle académica: la que demanda la cohesión de los capítulos de mi tesis doctoral y la viabilidad de mis artículos en borrador? ¿Significa esto que estoy en peligro? ¿Peligro de qué?

Mientras continúo detectando, en mi diaria jornada de escritura-investigación, miedo a la acción de generalizar en primera persona, esa que puede simultáneamente arrojarme al abismo filosófico y rescatarme de la página en blanco; mientras separo esa sensación de la que me producen los esfuerzos (aciertos o tropiezos) generalizadores de los demás -que no suelen conducir a la sudoración de las manos, sino a la patificación del hígado (como dice mi amiga Edna) ya sea por buenos o por malos- Martín Bonfil me ofrece una salida:
"¡Generalice con precaución!".

Parafraseando la campaña publicitaria de la nueva fragancia de Diesel, Fuel for life...
Are you afraid?
Generalize with caution