El contexto: congreso bianual de la ISHPSSB, en la Universidad de Exeter.
El entorno: campus boscoso, la temperatura no pasa de los 18 grados centígrados –aunque es pleno verano- y el cielo está nublado. Llueve intermitentemente. El café es malo pero necesario, la comida –sin comentarios.
La ocasión: una sesión del tipo “author meets critics”, mesa redonda en la que filósofos, historiadores y biólogos presentan sus críticas al autor de algún libro. Sobre la mesa se encuentra el libro de Ron Amundson, The Changing Role of the Embryo in Evolutionary Thought: Roots of Evo-Devo, que versa –como su título indica- sobre la historia de Evo-Devo, la propuesta más reciente de cómo se (re)unen la biología del desarrollo y la biología evolucionista en la era post-neodarwineana para adquirir, juntas, una nueva identidad disciplinaria.
Hay varias buenas intervenciones, pero sin duda es la del mismo Ron Amundson, al final de la sesión, la que me deja un mensaje merecedor de comentario en este espacio.
Como respuesta a una de las críticas generales que se le hacen, la de ofrecer una reconstrucción racional de una historia cuyo final conocemos de antemano -lo cual implica cometer algunos pecados historiográficos- Amundson dice:
"Si uno quiere atender ciertos problemas filosóficos, se vuelve imposible tratar la historia del tema en cuestión en su verdadera textura. Para hacerlo habría tenido que escribir un libro que acompañara a éste, uno de correcciones a las sobre-simplificaciones (¿y generalizaciones?) aquí vertidas".
La respuesta de Amundson captura, creo, el dilema que le da nombre a este blog, que es en buena medida el dilema del filósofo entrenado para reconocer las dimensiones históricas, sociológicas, y de otro tipo, de su campo de estudio: cómo aproximarse a un problema sin verse forzado a duplicarlo (o triplicarlo o cuadruplicarlo, o...) para que el producto sea tanto honesto como significativo, cómo limar las heterogeneidades del problema sin desgastarlas por completo. Quien pueda articular una manera de hacer esto, que la comparta.
2 comentarios:
Hola,
no perteneciendo a ninguna rama del estudio filosófico y arriesgándome a decir alguna estupidez, me surgió una duda: ¿es válido escribir sobre un tema del que conocemos el final? ¿Es aburrido hacer reivindicaciones sobre temas que surgieron en el camino hacia el conocimiento actual de algún asunto? Yo digo que sí, que aunque su mero valor sea el de tomar una "foto" del estado actual de las cosas para que en el futuro podamos reírnos, y más que eso, entender precisamente el contexto dentro del cual habíamos llegado a donde estamos, es válido y enriquecedor, además de provocar a la discusión y, en una de esas, al enlightenment que pueda conducir a más avances sobre el tema.
Lo de escribir libros paralelos es un problema digno de Borges: haría falta escribir un libro dirigido a cada uno de los niveles intertextuales del libro: uno para quien entienda las simplificaciones históricas, otro para quien pueda indignarse por las implicaciones sociológicas, otro que explique todo lo que se dió por sentado que el lector entendería, otro que explique los probables chistes contenidos en el libro, o su ausencia de ellos, otro para intentar ubicar el propio libro dentro de su contexto histórico y "justificarlo", quizás otro que explique las circunstancias personales del autor mientras escribía,.. ¿Por qué ese afán de ir más allá del libro? Yo digo que para eso existen los blogs: para extender el universo de lo publicado en un medio infinitamente editable. La Wikipedia es ejemplo perfecto de esto. De otro modo, en vez de Miedo a generalizar, alguien podría sugerir que tu blog se llamara Miedo a publicar...
El miedo a publicar es un peligro a evitar. El miedo a generalizar es un problema por resolver. A mí, la cita de Amundson me hace pensar en uno de los problemas centrales de mi propia disciplina, la comunicación pública de la ciencia: el peligro de sobresimplificar demasiado un concepto científico en aras de hacerlo interesante & accesible al público no científico (y no intereasado en la ciencia).
Atreviéndome a genralizar (!), propongo que quizá el problema se presenta en todo acto de comunicación humana. Como no existe la "transmisión" de información, sino la elaboración de mensajes por parte del emisor que nunca logran captar todo lo que quisiéramos decir de la forma en que lo quisiéramos decir, y la posterior reconstrucción del (sentido del) mensaje por el receptor, a partir de la información que recibe, introduciendo sus propios sesgos, errores, interpretaciones, prejuicios, ruidos... entonces, la pretensión de elaborar los "libros-apéndice" para cada mensaje que emitimos no sería más que un intento desesperado por eludir la naturaleza intrínsecamente nebulosa de la comunicación humana. Creo.
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